Era una tarde rara de viernes, quizás sábado. Hora de cenar, los niños se escondieron detrás de los retales de esa vieja y sucia manta, no importaba. Intentaban no hacer ruido para no ser escuchados, no funcionó.
Pero en ese momento cuando parecía que los niños se habían ido y la noche caído bajo nuestros pies, sonó ese trueno, millones de mariposas recorrían nuestro cuerpo entero, algo que no se puede negar. Los ruidos de los niños sonaron, murmuraban extrañados.
Salimos, queríamos ver como de bonita estaba la luna, nuestra luna. Y otro trueno volvió sonar, este duró más, mucho más, se podría decir que un año entero. Los niños ya no estaban, esperaban dentro de la guarida, escondido, asustados.
El trueno dejó de sonar.